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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS PARTICIPANTES EN LA PLENARIA DEL DICASTERIO PARA LA EVANGELIZACIÓN
(SECCIÓN PARA LAS CUESTIONES FUNDAMENTALES DE LA EVANGELIZACIÓN EN EL MUNDO)

Sala del Concistorio
Viernes, 15 de marzo de 2024

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Queridos Hermanos y hermanas,

Me alegra acogerlos, Superiores, Miembros y Consultores del Dicasterio para la Evangelización - Sección para las Cuestiones Fundamentales en el Mundo, reunidos en asamblea plenaria. Es un momento importante para la discusión que comporta la problemática de la evangelización, sobre todo cuando miramos a las diversas regiones del mundo, tan diferentes por cultura y tradición.

El primer pensamiento se dirige a la condición en la que se encuentran varias Iglesias locales, donde el secularismo de las últimas décadas ha creado enormes dificultades: desde la pérdida del sentido de pertenencia a la comunidad cristiana, hasta la indiferencia respecto a la fe y sus contenidos. Son problemas graves con los que muchos hermanos y hermanas tienen que enfrentarse cada día, pero no debemos desanimarnos. El secularismo ha sido estudiado y se han escrito avalanchas de páginas sobre él. Conocemos los efectos negativos que ha producido, pero éste es un momento propicio para comprender qué respuesta eficaz estamos llamados a dar a las nuevas generaciones para que recuperen el sentido de la vida. La llamada a la autonomía de la persona, planteada como una de las reivindicaciones del secularismo, no puede ser teorizada como independencia de Dios, porque es Dios mismo quien garantiza la libertad a la acción personal. Y en cuanto a la nueva cultura digital, que presenta tantos aspectos interesantes para el progreso de la humanidad -pensemos en la medicina y en la protección de la creación-, trae consigo también una visión del hombre que aparece problemática al referirse a la necesidad de verdad que habita en cada persona, unida a la necesidad de libertad en las relaciones interpersonales y sociales.

Por tanto, la gran cuestión que se nos plantea es comprender cómo superar la ruptura que se ha producido en la transmisión de la fe. Para ello, urge recuperar una relación eficaz con las familias y los centros de formación. La fe en el Resucitado, que es el corazón de la evangelización, para ser transmitida requiere una experiencia significativa vivida en la familia y en la comunidad cristiana como un encuentro con Jesucristo que cambia la vida. Sin este encuentro, real y existencial, se estará siempre sujeto a la tentación de hacer de la fe una teoría y no un testimonio de vida.

Siguiendo con la cuestión prioritaria de la transmisión de la fe, les agradezco el servicio que prestan en el campo de la catequesis. Y lo hacen también sirviéndose del nuevo Directorio, que ustedes elaboraron en 2020. Es un instrumento válido y puede ser eficaz, no sólo para la renovación de la metodología catequética, sino yo diría sobre todo para la implicación de toda la comunidad cristiana. En esta misión, se confía un papel específico a quienes han recibido y recibirán el ministerio de catequistas, para que sean fortalecidos en su compromiso al servicio de la evangelización. Espero que los obispos sepan alimentar y acompañar las vocaciones a este ministerio, especialmente entre los jóvenes, para que se reduzca la brecha entre las generaciones y la transmisión de la fe no aparezca como una tarea confiada sólo a los mayores. En este sentido, les animo a encontrar caminos para que el Catecismo de la Iglesia Católica siga siendo conocido, estudiado y valorado, de modo que pueda responder a las nuevas necesidades que surgen con el paso de las décadas.

Un segundo tema que quisiera compartir con ustedes es la espiritualidad de la misericordia, como contenido fundamental de la obra de evangelización. La misericordia de Dios nunca falta y nosotros estamos llamados a dar testimonio de ella y a hacerla, por así decirlo, circular por las venas del cuerpo de la Iglesia. Dios es misericordia: este mensaje perenne fue relanzado con fuerza y modalidades renovadas por san Juan Pablo II para la Iglesia y la humanidad al comienzo del tercer milenio. La pastoral de los santuarios, que es vuestra responsabilidad, requiere estar impregnada de misericordia, para que quienes acuden a estos lugares encuentren en ellos un oasis de paz y serenidad. Los Misioneros de la Misericordia, con su generoso servicio al sacramento de la Reconciliación, ofrecen un testimonio que debería ayudar a todos los sacerdotes a redescubrir la gracia y la alegría de ser ministros de Dios que perdona siempre y sin límites. Ministros de Dios que no sólo espera, sino que sale al encuentro, va en busca, porque es Padre misericordioso, no amo, es buen Pastor, no mercenario, y se llena de alegría cuando puede acoger a una persona que vuelve, o la encuentra vagando por sus laberintos (cf. Jn  10; Lc  15). Cuando la evangelización se realiza con la unción y el estilo de la misericordia, el corazón está más abierto a la conversión. En efecto, se es tocado en lo que sentimos más necesidad: el amor puro y gratuito, fuente de vida nueva.

El tercer tema que quisiera proponerles es la preparación del Jubileo Ordinario del próximo año. Será un Jubileo en el que deberá emerger la fuerza de la esperanza. Dentro de pocas semanas haré pública la Carta apostólica para su anuncio oficial: espero que esas páginas ayuden a muchos a reflexionar y, sobre todo, a vivir concretamente la esperanza. Esta virtud teologal ha sido poéticamente vista como la "hermana pequeña" en medio de las otras dos, la fe y la caridad, pero sin la cual estas dos no avanzan, no se expresan lo mejor posible. ¡El pueblo santo de Dios lo necesita tanto! Conozco el gran empeño que el Dicasterio pone diariamente en la organización del próximo Jubileo. Les doy las gracias y estoy seguro de que todo este esfuerzo dará sus frutos. La acogida de los peregrinos, sin embargo, debe expresarse no sólo en las obras estructurales y culturales necesarias, sino también en hacerles vivir la experiencia de la fe, de la conversión y del perdón, encontrándose con una comunidad viva que da testimonio gozoso y convencido de ello.

Y no olvidemos que este año previo al Jubileo está dedicado a la oración. Necesitamos redescubrir la oración como experiencia de estar en presencia del Señor, de sentirnos comprendidos, acogidos y amados por Él. Como nos enseñó Jesús, no se trata de multiplicar nuestras palabras, sino de dar espacio al silencio para escuchar su Palabra y acogerla en nuestra vida (cf. Mt  6, 5-9). Comencemos, hermanos y hermanas, a rezar más, a rezar mejor, en la escuela de María y de los santos.

Les doy las gracias por su trabajo de estos días y por su servicio a la Iglesia. Los bendigo de corazón y rezo por ustedes. Y por favor, recen también ustedes por mí. Gracias.



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